Ciclo BOCANADA – Palabras de boca en boca.
Poema «Lady Lázaro» de Sylvia Plath.
Narradora: Luciana Pederzoli.
IG: @lupederzoli
linktree: @lupederzoli
Lo hice otra vez, un año cada diez me las ingenio: soy una especie de milagro que se levanta y anda, mi piel resplandeciente igual que la pantalla de una lámpara nazi, mi pie derecho un pisapapeles, mi cara una finísima mortaja judía sin facciones. Capa a capa arrancá esta servilleta, oh enemigo mío. ¿Te dio un escalofrío? ¿La nariz, las dos cuencas de los ojos, la intacta dentadura? El aliento a sepultura se va a ir en un día. Y enseguida, la carne que el hueco de la tumba se tragó va a volver a ser yo, y yo, de nuevo, una mujer sonriente. Tengo sólo treinta años, e igual que el gato, tengo siete muertes. Ahora es la tercera. Qué basura que cada década hay que anilquilar, qué millón de filamentos. La gente, que mastica sus maníes, se agolpa para ver cómo me van sacando las vendas de las manos y los pies: el gran strip tease. Damas y caballeros acá tienen mis manos mis rodillas. Por más que ahora sea piel y huesos sigo siendo la misma, idéntica mujer. La primera vez que me pasó fue a los diez. Fue un accidente. En cambio, la segunda intenté expresamente no volver. Me cerré igual que un caracol. Tuvieron que llamarme sin parar, sacarme los gusanos como perlas adhesivas. Morirse igual que todo lo demás es un arte. Y en eso, mi talento no tiene parangón. Tanto, que pareciera que es una maldición. Tanto, que no parece una actuación. Hasta podría decirse que tengo vocación. Es fácil: se lo puede hacer en reclusión. Es fácil, y después te quedás bien quietita. Es el regreso teatral a plena luz del día a ese mismo lugar, la misma cara, el mismo grito brutal y divertido: “¡Es un milagro!” que me deja atónita. Hay que pagar para ver mis cicatrices, hay que pagar para oírme el corazón: sí, late de verdad. Y hay que pagar, y hay que pagar bien caro una palabra, un roce, o un poquito de sangre, un mechón de mi pelo, un jirón de mi ropa. A ver, a ver, Herr Doktor. A ver, Herr Enemigo. Soy tu obra, tu objeto de valor, la bebé de oro puro que se funde entre aullidos. Me doy vuelta en el fuego. No olvido su inquietud: créame, se lo ruego. Ceniza y más ceniza, que usted atiza y revuelve. De carne o hueso ahí no queda nada: un jabón, una alianza, un diente de oro. Herr Dios, Herr Lúcifer Cuidado Cuidado. Me alzo de las cenizas con mi pelo encendido y me como a los hombres de un soplido.